jueves, 15 de marzo de 2012

Tributo a Caldas.


Ya hemos ofrecido muestras de la poesía de asunto patriótico, de los preferidos de Faraelio. Ya en su juventud había publicado en La Siesta, de 1852, una Memoria histórica de Caldas, debida a la pluma de don Lino, quien fuera alumno del Sabio en las aulas del Rosario. De la serie de siete sonetos extractamos los siguientes:

Francisco José de Caldas.

II

Entre tinieblas y opresión nacido,
Andes le dio su corazón por cuna,
genio el creador, y nada la fortuna,
sino un mundo como él, desconocido.

Del óleo de Colón sintióse ungido,
y adivinó las ciencias una a una;
y cuanto el mundo colombiano aduna,
héroe de la verdad, sondó atrevido.

Como un conquistador, rico en despojos
de cuatro reinos plácido volvía
al triunfo del mortal sobre natura,

cuando halló, con espanto de sus ojos,
tirano atroz o bárbara anarquía
su patria disputándose en tortura.

III

Como ángel que del cielo descendía
y se halló del infierno en los umbrales,
Caldas elevó a Dios por los mortales
mirada de vergüenza y de agonía.

Pero entró sin temblar. Vauban[1] no habría
hecho allí tánto: rutas, arsenales,
fuertes, todas las máquinas marciales
creólas de esa nada en anarquía.

Perdido todo, suplicáronle: «¡Húye!»
Y huyó con otros. Pronto fue alcanzado,
y díjole el esbirro: «Escapad solo».

«¡Nó!», respondió, «si a los demás se excluye».
«—Es fuerza» «-Entonces, vuelvo resignado,
y por la patria y la amistad me inmolo».

IV

Vagando en mi país, ya independiente,
y el más bello que el sol calienta y baña;
donde es cada colina una montaña
y cada arroyo catarata hirviente:

Al escuchar los tumbos del torrente
o el viento que los bosques enmaraña
o el crujir de algún tronco, o la honda entraña
del volcán melancólico y mugiente;

¡Caldas, perdido Caldas! yo creía
que tu adorada América, tu madre,
buscándote... y llamándote, gemía.

Y, ¡ah!, ¿dónde hallarte? Hicieron cruda guerra
aun a tu polvo, y tu alma volvió al Padre,
que horrorizado la escondió a la Tierra.

V

Tal vez lanzaron tu cadáver frío
desde el peñón do en hórrido fracaso[2]
la tierra ábrese en dos, franqueando el paso
al Tequendama férvido y bravío;

allí do estimulado el tardo río
que antes giraba soñoliento y laso,
salta, como ni en fábula el Pegaso
del yerto invierno al ardoroso estío.

... Y qué tumba mejor, y eterna, airada
salmodia funeral para el gran Preste,
poeta y mártir de la ardiente zona?

Allí el cóndor, cual tú, de una mirada
cíñela audaz, y en círculo celeste
traza en el firmamento tu corona.

Bogotá, junio 29: 1881.


[1] Sebastián Vauban, ingeniero militar francés (1633-1707).
[2] No es galicismo, como pone el Larousse: La 6.a ed. del Drae, 1822, pone: Caída o ruina de alguna cosa con estrépito y rompimiento.

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