Hemos visto los cantos del poeta a la coronación del amor en el matrimonio. Se ocupa Pombo también en la búsqueda a que toda alma se entrega, a veces infructuosa, de su mitad en el mundo. Trátase de una serie de sonetos sobre el misterio del verdadero amor, en cuya solución ni sentidos ni razón parecen ser de gran ayuda.
Amores perdidos.
I
¡Cuántos cual dos mitades por Dios hechos
para encantarse la existencia unidos
se cruzarán aquí desconocidos,
sordos al grito amante de ambos pechos!
Tal vez hartos de tedio huyen sus lechos
y lamentando bellos días perdidos
suspiran de uno y otro en los oídos
desde el balcón de fronterizos techos,
y arrastran un vivir triste, infecundo,
ansiándose, ignorándose cercanos,
burlando el bien que el cielo darles quiso;
y al expirar, renegarán del mundo
que una palabra, un apretón de manos
hubiérales trocado en paraíso.
II
Triste es saber que existe una alma hermana,
mitad de mi alma y complemento mío;
esa que busco y sueño, esa que ansío,
y que ansiándome, al par llora y se afana;
y pensar que en la inmensa turba humana,
rodando al ciego azar el albedrío,
nunca he de hallarla y, ¡pensamiento impío!,
que a otra, y no a ella me uniré mañana.
¡Oh amor! ¡Oh sed que al hombre salva o pierde!
¿No hay nada en ti de individual? ¿No hay alma?
¿No importa en quién cifremos tus mentiras?
¿No hay nada que nos ligue y nos recuerde
en tierra y cielo? ¿Tu ilusión, tu palma
son las del bruto, y como el bruto expiras?
III
No, amor: tú que salvando en libre vuelo
los del ser y el no ser negros confines,
robas al mismo Dios sus serafines
y nos los das bajo visible velo;
tú, de fe y esperanza alto señuelo
que alegrando del mundo los jardines
seduces nuestros ánimos ruïnes
para elevarlos dulcemente al cielo;
tú, fuego creador; tú, de Dios mismo
mano inmortal que esculpes en la tierra
su imagen con el sello de su nombre,
no temas que confunda en mi egoísmo
la sublime verdad que en ti se encierra
con las culpas y lástimas del hombre.
IV
Cada hombre es Adán... Como entre un sueño
recuerda su perdido paraíso
y entrevé su Eva única, el preciso
ser de su ser, que extrajo dél su dueño.
De los sentidos al falaz beleño
tal vez aquí y allí pensó que quiso
su Eva; pero el alma en pronto aviso
le dijo: «Nó, no es este mi diseño».
Ese hondo afán que nuestro bien procura
y del sentido ciego el falso prisma,
explican tanto breve amor ligero.
El mejor corazón es por ventura
quien más busca y más yerra. Al fin la misma,
la propia vino, y las demás son cero.
Hyde Park: agosto 1.o: 1870.
N. B.: El beleño es planta narcótica.
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