Pombo estuvo, al menos una vez, a punto de casarse; mas no se decidió, al parecer por su precaria situación en Norteamérica. Aquí, a propósito de un matrimonio de sus amigos, estampa sus opiniones sobre la pareja y la unión conyugal, desde un punto de vista católico, por supuesto. Llaman la atención, empero, las analogías que ofrece para indicar la complementariedad de hombre y mujer, sin duda sutiles y novedosas.
La pareja humana.
(En el matrimonio de mis amigos Wenceslao Borda y Luisa Klujgist).
La humana felicidad
es un misterio armonioso,
acaso tan prodigioso
como el de la Trinidad;
misterio en cuya verdad
uno es dos, y dos son uno,
y uno solo (aunque importuno
parezca decirlo) es cero,
cero a la izquierda o soltero
que es lo mismo que ninguno.
Voz de dos letras, que al ir
solas nada significan;
júntanse, y todo lo explican,
nada dejan por decir.
Que al fin amarse es sentir,
vivir, gozar, padecer;
y cuando al supremo ser
olvida estúpido el hombre,
le enseña otra vez su nombre
el ojo de una mujer.
Letra girada por Dios
contra el ángel del consuelo
por un instante de cielo
que hace al hombre semidiós.
fírmala y rástrala en dos
y échala al mundo humanada:
la mitad no vale nada:
pero se buscan, se ven,
se tocan, casan... y amén.
No hay que hablar: está pagada.
Me explico así en homenaje
al mundo y tiempo en que estoy,
y porque Apolo no es hoy
ignorante en agiotaje,
ni hace a Mercurio el ultraje
de llamar su oficio innoble,
cuando al contrario es tan noble
que el mismo amor inmortal
le enseñó la sin igual,
la insigne partida doble.
Formado ya el universo
quiso Dios el sexto día
coronar como debía
templo tan vasto y diverso,
y una obra en prosa y en verso
y en dos tomos trabajó:
Hombre en un tomo inscribió;
Mujer rotuló el segundo;
y amor y dicha del mundo
la obra completa llamó.
Con pasta bien diferente
los entregó encuadernados,
y fuimos desmejorados
notabilísimamente;
de grosero se resiente
el material masculino;
y así del taller divino
salió Adán cual cerdoespín:
fuerte, áspero, tosco... en fin,
empastado en pergamino.
¿Mas la mujer? Bien se ve
que ya el Autor Soberano
era más diestro de mano
y superfino el con qué,
pues de la cabeza al pie
su ser deslumbrante apura
el non plus ultra en figura,
líneas, tinte y material,
y con razón el mortal
diole por nombre hermosura.
A no ser que Dios prescinda
de ser infalible, creo
que al hombre adrede hizo feo
por hacerla a ella más linda;
y porque jamás nos rinda
de la envidia el frenesí,
nos dijo el Señor: «Aquí
el obsequiado no es ella:
tú eres feo y ella es bella,
pero, amigo, es para ti.
De la tierra en el vergel
ella es fuente y tú eres roca;
tú la regalada boca
y ella tu panal de miel;
tú el rudo tronco en que fiel
la pasionaria bendita
viene a enlazarse y desquita
de tu sostén el favor,
con su fragancia de amor
y donosura exquisita.
Sin la roca, ¡pobre fuente!,
sorbióla el rojo arenal
o se tornó en cenagal
su limpidez transparente.
Sin aquel panal viviente,
«vida boca, ay de ti;
y ay de ti, flor carmesí,
sin ese árbol en que al viento
te cuelgas del firmamento
para coronarte allí».
Si en dos tomos nos envía
su obra maestra el Gran Maestro,
el tomo de prosa es nuestro,
y es ella la poesía.
Nosotros la fuerza impía,
la ambición, la audacia loca;
ella, cuanto al alma toca
y alza a la divinidad;
y aquella debilidad
que al rey más fuerte derroca.
Un volumen suelto es cosa
absurda, insípida y triste,
y sólo un santo resiste
lectura tan fastidiosa:
eso no es verso, ni es prosa,
ni es alma, ni es corazón;
mas juntadlos: a la unión
el mismo Dios se vislumbra,
Eva sonríe y se alumbra
la segunda creación.
Hé aquí el último ejemplar
del libro de amor gemelo:
editor, la voz del cielo;
publicado, en el altar.
Permita Dios que a ese par
nunca enfade su lectura,
ni errata, ni enmendatura
manche el sagrado papel,
y que cada folio dél
diga: amor, paz y ventura.
Nueva York, junio: 1866.
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