miércoles, 7 de marzo de 2012

La lira elegiaca.


Excitado por el misterio de la muerte, el poeta canta la memoria de quienes han partido. Antes fue Angelina o Elvira Tracy, ahora es el padre y esposo perfecto, alma de su hogar. Sorprende cómo Pombo toma la voz de la esposa para mostrar la hondura del sentimiento, no menos que la naturalidad y sinceridad de los pensamientos que entran en la composición.



Elegía.

Una señora, sobre la muerte de su esposo (el señor Antonio Ospina).


Cual cisnes que en sosiego se deslizan
uno en pos de otro en plácida laguna;
cual nubecillas que en diciembre rizan
el cielo azul en torno de la luna:

así, con esa paz, con ese encanto
junto a ti mi existencia resbalaba;
y si lloraba alguna vez, mi llanto
la miel de tu cariño lo endulzaba.

Era modesto nuestro hogar bendito,
en nuestros cofres no abundaba el oro,
pero tu corazón era infinito
y de más precio que el mejor tesoro.

Tu amor genial, cual deliciosa lumbre,
daba en redor satisfacción y abrigo.
La tierra, en que penar es la costumbre.
no era valle de lágrimas contigo.

Si el mucho trato excluye la blandura,
tú ni en ficción ocasionaste agravios;
nunca faltó en tu acento la ternura,
ni la sonrisa en torno de tus labios.

Nunca el solaz buscaste en el oprobio
esquivando el doméstico sagrado;
para tu esposa siempre fuiste novio,
para tus hijas siempre enamorado.

¡Con qué discreto y ejemplar cariño
de nuestro amor las flores cultivabas,
tú que haciéndote niño con el niño
ciencia y virtud jugando insinuabas!

Así en tus manos se formaron ellas,
ricas en bien que con el tiempo no huya,
si Dios en su bondad las hizo bellas,
la belleza de su alma es obra tuya.

La fe, que da en la adversidad la fuerza;
la diligencia que el fastidio espanta;
la rectitud, que aire falaz no tuerza;
la solidez, que el oropel no encanta.

La modestia, el perfume de la gracia,
sin la cual no hay amor ni acatamiento;
el contento interior, que hasta en desgracia
difunde en rededor paz y contento.

Era por ti el hogar limpia colmena
do cada abeja cándida traía
su bocado de miel a la faena
y el susurro vivaz de su alegría.

Era la casa nuestro mundo entero
que en torno a ti, su sol de amor fecundo
giraba armonioso y placentero,
cual si no hubiese fuera dél más mundo.

Y el tiempo en vuelta plácida corría
sin dejar otra huella, otra mudanza
que el rendimiento de labor del día,
y una sonrisa más de la esperanza.

¡Ay, cuán feliz era yo entonces: tanto
que en mi hábito ignoraba mi opulencia!
¡Creía el infortunio un vano espanto
y que así fuera siempre la existencia!...

La horrenda muerte de repente vino
y te arrancó, ¡gran Dios!, de nuestros brazos;
desde ese instante se perdió el camino;
mi cielo cayó encima hecho pedazos.

De tal modo mi vida era tu vida
que aún me pregunto siempre que despierto,
¡cómo sigo existiendo, desprendida
de ti, mi amor, con cuya muerte he muerto!

Lo que tengo de vida es solamente
el sentimiento acerbo de tu falta,
ojos para llorarte, y una ardiente
ansia que, a veces, de morir me asalta.

De nuestra dicha lúgubres despojos
tu casa está de tu memoria llena.
No hay un lugar donde poner los ojos
que no parezca hablar de nuestra pena.

A veces, acosadas por tu sombra,
tus hijas en silencio se me prenden,
como en busca de alivio. No te nombra
nadie... mas nuestras lágrimas se entienden.
Hace que te lloramos más de un año,
¡y veinte pasarán cual solo un día!
Todo contento aquí parece extraño
sin el que todo nuestro encanto hacía.

Sin ti, perseverante jardinero,
¿qué suerte correrán tus blandas flores?
¿Quién pondrá en ellas tu exquisito esmero?
¿Quién tu cariño, amor de los amores?

A este cruel pensamiento me estremezco,
y lo aparto de mí desesperada.
Si al peso de mi duelo desfallezco,
el del deber me abruma y anonada.

¡Qué suplicio mayor que el de la vida
sabiendo ya con honda certidumbre,
que su parte de dicha está vivida
y todo lo que falta es pesadumbre!...

Perdido tú, que mi universo fuiste,
perdió todo en la tierra su hermosura;
para mi corazón ya todo es triste,
y hasta la luz del sol tiniebla oscura.

¡La dicha que el Señor me dio, no pudo
haber sido más grande, más intensa!
Pero tan poco puede ser más rudo
el cáliz de dolor que hoy la compensa.

Y cuando yo lo apuro hora por hora,
y lo que no es pesar no entiende mi alma,
el mundo sigue en bacanal sonora
sin momento de tregua ni de calma.

¡Parece que el dolor es sólo mío,
que sólo tú sobre la tierra has muerto,
que sólo en nuestro hogar hay un vacío,
y en nuestros corazones un desierto!...

Tú —todo corazón— que de aflicciones
andabas siempre en busca, para en ellas
de tu insaciable caridad los dones
verter, calmando heridas y querellas.

Tantos que tú aliviaste con tus manos,
¿en dónde, en dónde están que no te lloran?...
.............................................
Si tanto bien olvidan tus hermanos
los ángeles de Dios no los ignoran.
Él, por el bien que hiciste, me depare
las fuerzas que no encuentro; y su infinita
misericordia no nos desampare,
¡ya que el amparo que nos dio nos quita!

Entre tú y nuestras hijas yo he quedado
partida el alma en dos, postrada, inerte.
¡Cuándo estaremos todos a tu lado
donde todo es amor, donde no hay muerte!

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