martes, 6 de marzo de 2012

El vuelo místico.


Ha pasado la vida norteamericana de Pombo. Vuelto a la patria se entrega al periodismo doctrinario. Aquí compone una de sus obras magistrales, según la opinión de autorizados críticos. Trátase de Noche de diciembre, poesía que, como nos ocurrió con En el Niágara, cautiva al lector desde el primer verso. Al respecto dice Andrés Holguín: “Noche de Diciembre -lo mejor sin duda de Pombo- es un poema asombrosamente perfecto. De una pureza lírica que espanta. Una continuada emoción lo sostiene, estremeciendo las estrofas. Es un poema cruzado de amor y de inquietudes trascendentes”.
Hay en las estrofas lugar al misterio, a la contraposición de lo infinito y lo humano, a goces inefables, a música celeste, en fin, elementos todos que recomiendan a la posteridad la memoria de su autor.

Noche de diciembre.

Noche como ésta, y contemplada a solas
no la puede sufrir mi corazón:
Da un dolor de hermosura irresistible,
un miedo profundísimo de Dios.

Ven a partir conmigo lo que siento,
esto que abrumador desborda en mí;
ven a hacerme finito lo infinito
y a encarnar el angélico festín.

¡Míra ese cielo!... Es demasiado cielo
para el ojo de insecto de un mortal,
refléjame en tus ojos un fragmento
que yo alcance a medir y a sondear.

Un cielo que responda a mi delirio
sin hacerme sentir mi pequeñez;
un cielo mío, que me esté mirando
y que tan sólo a mí mirando esté.

Esas estrellas..., ¡ay, brillan tan lejos!
Con tus pupilas tráemelas aquí
donde yo pueda en mi avidez tocarlas
y apurar su seráfico elixír.

Hay un silencio en esta inmensa noche
que no es silencio: es místico disfraz
de un concierto inmortal. Por escucharlo,
mudo como la muerte el orbe está.

Déjame oírlo, enamorada mía,
al través de tu ardiente corazón:
Sólo el amor transporta a nuestro mundo
las notas de la música de Dios.

Él es la clave de la ciencia eterna,
la invisible cadena creatriz
que une al hombre con Dios y con sus obras,
y Adán a Cristo, y el principio al fin.

De aquel hervor de luz está manando
el rocío del alma. Ebrio de amor
y de delicia tiembla el firmamento,
inunda el Creador la creación.

¡Sí, el Creador!, cuya grandeza misma
es la que nos impide verlo aquí,
pero que, como atmósfera de gracia,
se hace entretanto por doquier sentir...

Déjame unir mis labios a tus labios,
une a tu corazón mi corazón,
doblemos nuestro ser para que alcance
a recoger la bendición de Dios.

Todo, la gota como el orbe, cabe
en su grandeza y su bondad. Tal vez
pensó en nosotros cuando abrió esta noche,
como a las turbas su palacio un rey.

¡Danza gloriosa de almas y de estrellas!
¡Banquete de inmortales! Y pues ya
por su largueza en él nos encontramos
de amor y vida en el cénit fugaz,
ven a partir conmigo lo que siento,
esto que abrumador desborda en mí;
ven a hacerme finito lo infinito
y a encarnar el angélico festín.

¿Qué perdió Adán perdiendo el paraíso
si ese azul firmamento le quedó
y una mujer, compendio de natura,
donde saborear la obra de Dios?

¡Tú y Dios me disputáis en este instante!
Fúndanse nuestras almas, y en audaz
rapto de adoración volemos juntos
de nuestro amor al santo manantial.

Te abrazaré como la tierra al cielo
en consorcio sagrado; oirás de mí
lo que oídos mortales nunca oyeron,
lo que habla el serafín al serafín.

Y entonces esta angustia de hermosura,
este miedo de Dios que al hombre da
el sentirlo tan cerca, tendrá un nombre
y eterno entre los dos: ¡felicidad!

La luna apareció: sol de las almas
si astro de los sentidos es el sol.
Nunca desde una cúpula más bella
ni templo más magnífico alumbró.

¡Rito imponente! Ahuyéntase el pecado
y hasta su sombra. El rayo de esta luz
te transfigura en ángel. Nuestra dicha
toca al fin su solemne plenitud.

A consagrar nuestras eternas nupcias
esta noche llegó... ¡Siento soplar
brisa de gloria, estamos en el puerto!
Esa luna feliz viene de allá.

Cándida vela que redonda se alza
sobre el piélago azul de la ilusión,
¡mírala, está llamándonos! ¡Volemos
a embarcarnos en ella para Dios!


Bogotá, diciembre: 1874.

1 comentario:

  1. N. B.: Lo de elixír, si bien contra las normas de acentuación, indica que el vocablo ha de leerse agudo.

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