jueves, 8 de marzo de 2012

Vocación didascálica.


Ya es lugar común decir que Pombo discurría en verso. Ello fue que, luego de haberse dado a la tarea de dorar las píldoras teológicas en forma de sonetos, por cuya lectura individual se concedía indulgencia, aplicose el poeta a formar el gusto artístico de sus paisanos valiéndose de una hoja periódica enteramente rimada: El Cartucho (binóculo intelectual y sentimental de la ópera). De efímera duración, apareció en 1878.
Llama la atención la estrofa escogida al efecto, la octava real, como que en ella vertió Caro la Eneida. He aquí fragmentos del prospecto de la didáctica publicación.

El Cartucho.

I

Costumbre antigua, y en verdad galante,
es lo que aquí llamamos el cartucho,
no el de pólvora y plomo (¡Dios espante
lejos de mi lector tal avechucho!)
sino aquel de confites rebosante
y en gracioso doblez de cucurucho
que en intervalos de ópera o comedia
lleva el galán a la beldad que asedia.

Se disculpa Faraelio por haberse divertido en una digresión culinaria, muy a propósito hablando de cucuruchos. A tal fin invoca una autoridad irrecusable:

IX

Diréis tal vez que soy materialista,
y tacharéis de idea estrafalaria
que en estas noches de expansión de artista
diserte sobre el arte culinaria.
Mas sabed que Dumás el novelista
le asignó plaza honrosa y necesaria
entre las bellas artes; y aun dijo era
de las artes sabrosas la primera.

Sigue, como quien no quiere la cosa, entregado a fantasear sobre el cartucho y sus posibilidades:

XII

Y más de una ocasión la blanca tira
de envolver dulces, aspiró a mayores,
y desenvuelta la inocente espira
apareció una epístola de amores,
que hasta entre dulces el amor conspira
a esconder sus gusanos roedores,
vil comején, sin cuyo diente impío
fuera el mundo un cartucho muy vacío.

Luego de consumir doce octavas en preámbulos, al fin entra en materia:


XIII

Y ya que tropecé, por incidente,
con ese mal que al universo inflama,
voy a exponer al público leyente
qué cosa es mi Cartucho, qué programa
ha de seguir si hay número siguiente,
y qué favor de su bondad reclama:
porque todo papel busca un pretexto
de ser, y echa un programa y luce un texto.

XIV

Es el Cartucho el único periódico
que anuncia francamente, desde el título,
su destino y su fin: el harto módico
de envolver dulces u otro humilde artículo.
Demasiado obtendrá (¡gusto episódico!)
si una hermosa lo guarda en su ridículo,
si con sus dedos cándidos lo toca
húmedos con el néctar de su boca.

XV

Objeto del Cartucho: hablar un rato
de alguna o más de tanta dulce cosa
que es de la vida el alma y el ornato,
y aquí olvidamos como paja ociosa;
pues hoy, como en la edad del Virreinato,
existimos en prosa, y mala prosa,
aunque, a mi ver, abundan materiales
para unas existencias ideales.


Son tales materiales las bellezas de nuestra naturaleza. Continúa el prospecto:

XVIII

Hablaremos del arte, el gran poeta
de la existencia, en todos los senderos
en que parte su luz: lira y paleta,
gama y cincel, jardines y floreros.
Se apreciarán con crítica discreta
sus reyes y ministros hechiceros;
y estimulando el paladar del alma
llevará a cada cual látigo o palma.

XIX

Vuelve hoy a regalar nuestro deseo
esa conjuración encantadora
de todas artes juntas: himeneo
de cuanto al noble espíritu enamora;
mágica emperatriz del europeo,
que sus más ricas joyas atesora.
La ópera espantó nuestro humor triste.
Gracias, Petrelli, a ti que la trajiste.

XX

Y rompe con Hernani, partitura
donde a sus treinta culminó supremo
Verdi, en toda su fuerza y su frescura.
Aliento de león, de extremo a extremo
respira en él, y la insurrecta y dura
voluntad de Hugo, el bardo Polifemo.
Todo es viril: no allí la femenina
miel de Bellini, que al desmayo inclina.

XXI

Allí se siente el italiano ingenio
templado por el nervio castellano,
como si a Verdi poseyera el genio
de Silva, el férreo, el indomable anciano.
Las pasiones que agitan el proscenio
son todas de rebelde o de tirano,
y con suma atención teje la orquesta
los hilos de su lógica funesta.

XXII

¡Pero silencio! Ya rompió el preludio,
que cual león hambriento clamorea
pidiendo presa. Diligente estudio
merece la expresión de cada idea.
No es música de insípido tripudio
sino de la que el alma saborea.
Escuchad, corazones; sentid mucho,
y otro tanto yo haré: callo y escucho.
....................................

XXIII

Noches há que a mi modo no converso
como al principio conversar solía
con la cara mitad del universo;
mas la virtud de mi callar no es mía.
En vez de daros mi terrestre verso
quise humilde ofreceros fácil guía
para escuchar los versos celestiales
de ángeles disfrazados de mortales.

XXIV

¡Cosa maravillosa! Sopló el cielo
en su imaginación cierto murmullo,
y ellos cazaron el murmullo al vuelo,
y su cabeza se volvió el capullo
de una mística flor de almo consuelo,
real e ideal; y cuando, amor y orgullo
del que la crió, desarrollada esplende,
de su vástago noble se desprende;

XXV

y llámenla Semíramis, Lucía,
Norma, Traviata... corre las naciones
sus recintos colmando de armonía,
perfumando de amor los corazones;
y así un dolor que un hombre tuvo un día
cunde y se multiplica por millones,
y el mismo aire, de pestes mensajero,
lo hace un dulce dolor del mundo entero.

XXVI

Y, ¡no menor prodigio!, el alma de uno
vuélvese alma de todos. Ese instante
en que expresa el artista afecto alguno,
el espíritu autor llena al cantante;
y en cuanto le oyen, entra de consuno,
el pensamiento y sentimiento amante,
y cuando Norma y Adalgisa penan
dos mil Bellinis el teatro llenan.

XXVII

Si con amor y encanto, ¡oh seductoras
D'Aponte, Albieri y Pocoleri!, os miro
y escucho en el teatro, en estas horas
en que de vuestra voz la magia aspiro:
al par, como a sagradas portadoras
de almas de grandes hombres, os admiro;
vasos que nos traéis la rica esencia
de las rosas de amor de otra existencia.

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