jueves, 15 de marzo de 2012

Amor constante.


Se ha reconocido en Pombo a un profundo analista del sentimiento amoroso, en cada una de sus maneras. Muéstrase ahora con todo el poder de la evocación, con la resignación de haber vivido una gran pasión, guardada en lo íntimo de su corazón, sin que el tiempo sea parte a extinguirla. Semejante tesoro interior lo guarda del ambiente hostil de la sociedad del día, unánime en decretarle la decadencia.
Parece referirse a Socorro Quintero, de quien se separara dos décadas antes de componer esta obra. Orjuela, el mejor conocedor del tema, no parece haberlo notado.

Perpetua.

¡Gracias a Dios, no he vuelto a verte nunca!
Y tal como eras, tal como te amé,
tal como tú me amaste—aquí te guardo;
y es hoy siempre hoy el delicioso fue.

La ilusión virgen no rozó la tierra,
no ajó al lucero un rayo de su luz,
ni se hizo hiel el néctar de los dioses,
ni la áurea palma exasperante cruz.

En aquellos idilios, en aquellos
transportes a otro mundo ¡qué terror
tal vez me hablaba, imaginando fuese
sombra y mentira mi hora de favor!

¡Y erré! Si mujer fuiste, ausencia y tiempo
te han ido consagrando serafín;
y esa mirada tuya se hizo eterna,
y ese vaso de amor fruición sin fin.

Como el camello abreva en el oasis,
y luego andando con su fuente va,
así, para cien años de desierto,
mi corazón abastecido está.

¡Tánta afición común, que un lazo nuevo
un amor más formaba entre los dos;
y tánto pensamiento adivinado;
y el dulce , y el armonioso nos!

¡Tánta media palabra, que decía
lo que no puede un libro; tánto
de voz y de alma; y actos mil triviales
que tú divinizabas para mí!

Audacias de pasión; indiferencias
a cuanto en el social vario interés
no era tú o yo; y enojos pasajeros
que explosiones de afecto eran después.

Arte y naturaleza transformados
en ministerio espiritual de amor,
y tardes templos, y paisajes himnos,
y juramentos de astro, y piedra y flor;

soledades sublimes, ante un cielo
con que nos festejaba Jehová,
y el universo entero nos cantaba;
¡y algo eterno se oía más allá!

Y cuando como a rey de lo creado,
en ese altar me coronabas tú,
y yo a tus pies, mi idolatrada reina,
retornaba tu don con mi laúd...

Nadie me ha despojado; no hay quien pueda
robarme nuestra mutua creación.
Con ella, con tu amor, para mil años
abastecido está mi corazón.

Y hoy, cuando apura la aridez del mundo,
cuando la sociedad, perversa actriz,
punza mi paz, retórnome hacia dentro,
y allí estás, y respiro, y soy feliz.

¿Mi corazón te dije? El de esos días
ya no es el de hoy; mis ojos ya no son
esos que en la colina de las rosas
se extasiaron en ti de adoración.

Ni aun de mis huesos, que potente hacías
tremer, vibrar, conservaré señal.
Volví todo a la tierra, en su perpetua
de muerte y vida rotación fatal.

Soy otro, y te amo aún: porque tu amante
era mi alma inmortal. Tú entraste allí,
tú la encantaste, tú la poseíste;
allí quedó cuanto hay excelso en ti.

Dos vidas —años hace— estás viviendo:
triunfas en la una en todo tu esplendor
de hermosura y de dicha. Nunca en ella
tocó en su ocaso el astro del amor.

Tu otra vida la ignoro. Plegue al cielo
sea tan feliz cuanto mereces tú,
exuberante mies de la esperanza,
fiel fructificación de la virtud.

Y si no, dulce amiga, un templo existe
donde el pesar, donde el afán no entró.
Tu sagrado está en él; en sus altares
te estoy vengando eternamente yo.

Ríete, pues, de tu dolor; desata
el vuelo de tu espíritu hacia mí,
y al penetrar en tu santuario antiguo
oirás tu nombre, y te verás allí,

y escucharás tu voz... y —como el ángel
vuelto al Edén que no olvidó jamás,—
las pesadillas ímprobas del mundo
arrullada en tu gloria olvidarás...
......................................

¡Ah! saber que nos aman, que vivimos
entre otro sér, que hay algo entre los dos
mayor que tiempo y mundo y vida y muerte,
algo que entró en la voluntad de Dios,

¿no es siempre dulce? Y aun sentir que amamos
¿no es por sí sólo un bien? ¿No es inmolar
todos los egoísmos de la tierra
de una vida más noble en el altar?

Y tú oirás, como yo, voz misteriosa
que nos murmura: «Una esperanza os di,
y esas son mis promesas; y lo eterno
que al hombre ofrezco se lo cumplo aquí.

¡Gracias a Dios que nunca más nos vimos!
Que do habremos de hallarnos otra vez
seremos ángel y ángel, desgarrados
los velos de la humana lobreguez.

Bogotá, enero: 1884.

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