martes, 13 de marzo de 2012

El vate jocoserio.


Jocoserio, según el Drae, es lo que participa de las cualidades de serio y de jocoso. Pues no era raro en esa época que nuestros paisanos verseadores tomaran las cosas así, en serio y en broma. Díganlo si no Marroquín, con su Historia romana, o Ángel Cuervo, con su Dulzada o Iliada de caramelo, por citar apenas dos casos. Pues Pombo no se quedaba atrás, como se verá enseguida:


La mujer.

I

¿Qué fue, señores, pregunto,
el paraíso sin Eva?
Una casa linda, nueva,
y triste como un difunto.
Conversación sin asunto,
corazón sin propietario,
banquete inhospitalario,
función de melancolía,
rica penitenciaría
con encierro solitario.

II

Eso, dirán, no era encierro,
no habiendo allí, de seguro,
techo, ni rejas, ni muro,
ni cerraduras de hierro.
Es cierto, yo tal vez yerro;
y aunque del Funza hasta el Tibre,
mentiras de más calibre
siendo en verso, pasan bien,
me corrijo: era el Edén
un encierro al aire libre.

III

¿Qué perfumaban las flores
en jardín tan opulento?
¿Qué cantaban en el viento
los mirlos y ruiseñores?
¿Para qué los resplandores
de aquel sol y esas estrellas
y tantas cosas tan bellas
que a todos lados veía,
si el pobre Adán no sabía
qué significaban ellas?

IV

Era el mundo a la sazón
una magnífica fiesta,
regia mansión, grande orquesta,
soberbia iluminación;
manjares a discreción,
licor, cuanto cupo allí,
y en fin, por si algo omití,
un obsequio el más completo...
sin objeto, ni sujeto
a quién festejar así.

V

Era un club, el ideal
de un club para un lord inglés,
aunque sin Times, ni tes
ni el rostbíf sacramental;
un club de lujo imperial
aunque... al gusto primitivo.
fundado para el cultivo
de un tedio solo y sin fin;
un monopolio de esplín
con privilegio exclusivo.

VI

Situación muy semejante
a la estupenda engañifa
de uno que ganó una rifa
sacándose un elefante:
con este ratón gigante
no supo qué hacer aquél,
y en su fortuna cruel
vino a salir del empeño
rogándole al mismo ex-dueño
que se quedara con él.

VII

¿Qué haría en el Paraíso
el decano del planeta?
¿Leer? No había ni Gaceta,
ni esquina para un aviso.
¿Beber? Le fuera preciso
chisparse con agua pura.
¿Pulirse? ¡Ociosa locura!
¿Fumar? No tal vio el Edén.
¿Hacer versos? ¿Pero a quién?
¿Vagar? ¿Pero en qué aventura?

VIII

Por eso el autor del mundo,
viendo su infelicidad,
en su infinita bondad
le infundió un sueño profundo.
pues señores, me confundo
al pensar y discurrir
a qué pudiera ocurrir
para matar su fastidio
el padre Adán. Al suicidio,
o bien, a echarse a dormir.

IX

Y como no se apuntó
del Génesis en la historia,
ni consta en piedra o memoria,
cuánto tiempo Adán durmió,
tengo calculado yo
que durmió, próximamente,
quince años, lo suficiente
a que, al volver del reposo
el jayán, se hallara esposo
de una mujer competente.

X

Despertó, y, ¡oh Dios bendito!
¡Oh felicidad sin nombre!
¡Jamás ha tenido un hombre
un susto más exquisito!
Despertó! Y, no con un grito
(que entonces ni gritar pudo)
de hinojos, hizo un saludo
de extática idolatría
a ésa que Dios le ofrecía
en indesatable nudo.

XI

En aquella aparición
tuvo Adán, en un instante,
la explicación fulminante
de su desesperación.
Ella fue la solución
de tanto triste problema;
la clave de cada tema
de aquel inmenso Ollendorff[1],
la copa de aquel licor.
la heroína del poema.

XII

Dios y ella eran el fin
y el noble oficio del alma
ella, de la lid la palma,
y la reina del festín.
Aroma de aquel jardín;
lazo de aquel ramillete;
letra del canto; grillete
de dicha; guid del fastidio;
antídoto del suicidio;
sal y sazón del banquete.

XIII

Como un amable papá
que agasajando a su niño
esconde el mejor cariño
y de último se lo da,
asimismo Jehová
dio primero a nuestro abuelo
cuanto anima y viste el suelo,
y al fin, su dulce de amor,
extracto de lo mejor
que hay aquí de tierra y cielo.

XIV

Y tanto ese don postrero
preció el amoroso Adán,
que después, cuando Satán
lo puso en el trance fiero
de salvar su haber entero,
mas perdiendo a su mujer,
él antes quiso perder
tanta ganga (¡infausta breva!)
por tal de sufrir con Eva
y con Eva perecer.

XV

Ésto prueba a un tiempo mismo
el gran valor de una bella
y que nuestro amor por ella
es capaz del heroísmo.
No hubo, por cierto, egoísmo
en la elección del abuelo;
y aun en mis días, recelo
que hay más de un amante que osa
arriesgar por una hermosa
su herencia de tierra y cielo.

XVI

¿Y quién hay que no prefiera.
una cárcel con su amada
a una espléndida morada
sin dulce y fiel compañera?
Llámala el hombre hechicera
viendo que en un santiamén
de un hogar hace un edén
y cambia un infierno en gloria,
y (si no miente la historia)
el viceversa también.

XVII

La niña escondida en él
es su gran locomotora;
ella lo impulsa... o lo atora,
lo hinche de miel... o de hiel
En piedra, o lira, o pincel,
ella lo inflama y lo guía,
ella ante Dios lo extasía,
ella a la muerte lo lleva;
ella, en fin, lo pierde en Eva,
y lo rescata en María.

XVIII

¡Feliz quien logró encontrar
su ángel bueno femenino,
que honrando el alto destino
de imán tan particular,
le diga: «somos un par
indivisible los dos.
Voy a tu lado, no en pos;
águila sé, y yo tu ala,
y yo la mística escala
por donde subas a Dios».

XIX

Cuídame, por tu interés,
como a la luz de tus ojos,
quiéreme, pero de hinojos.
Te doy la honra que me des.
Si al fango me hunden tus pies
tu corazón se hunde allí.
Sé mi todo para mí,
mi esposo y mi amigo y padre;
que yo soy tu hija, y tu madre,.
y si me pierdo... ¡ay de ti!».
XX

Mas no olvides, ¡oh beldad!
que a tu poder no hay segundo,
y cuánta es, en hombre y mundo,
tu responsabilidad.
Ve que tu debilidad
es la fuerza más tremenda,
y que el Sumo Autor en prenda
dio la mujer al varón
para hacer su perdición,
o bien, para ser su enmienda.

Bogotá, junio 24: 1880.


[1] Promediando el siglo XIX apareció una serie de manuales destinados al aprendizaje de lenguas, antecedente de los usados hoy. Consistía el método en frases cortas formadas con el léxico más común y las construcciones gramaticales más frecuentes.  En aras de la simplificación, se llegaba al absurdo de ofrecer respuestas incoherentes a preguntas sensatas. Su creador, el profesor alemán Enrique Godofredo Ollendorff (1803-65), dio a luz en la década del 1840 un Nouvelle méthode pour apprendre à lire, à écrire et à parler une langue en six mois, appliquée au Latin.

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