miércoles, 28 de marzo de 2012

Esencia del amor.


Como en la mayoría de sus obras de esta época, Pombo se recrea en la evocación meditativa del pasado, liberado del tiempo y visto en toda su pureza y vigor presente. ¿Han pasado los años?, es la pregunta que da pie al poeta para oponer el tiempo interno al tiempo externo.
Formalmente, son cuartetos endecasílabos de rima cruzada ABAB.

Decíamos ayer....

(Sobre tema de Ella Wheeler, dedicado a mi amigo C. M. S.)

Como Fray Luis tras de su largo encierro[1],
«decíamos ayer...» también digamos.
¿Han pasado años? en la cuenta hay yerro,
o nosotros con ellos no pasamos.

Donde ayer lo dejamos, dulce dueño,
recomencemos. Recogiendo amantes
los rotos hilos del antiguo sueño
sigamos arrullándolo como antes.

Respetuosa apartemos la mirada
de tumbas que haya entre partida y vuelta;
y si hubiere una lágrima ya helada,
ruede al calor del corazón disuelta.

Olvidemos la herrumbre que en el oro
de la rica ilusión depuso el llanto,
y los hielos que pálido, inodoro
dejaron el jardín que amamos tanto.

Olvidemos el hado que hizo injusto
de nuestros corazones su juguete,
y regalemos la orfandad del gusto
con el añejo néctar del banquete.

¡No es tarde, es tiempo! Olvida la ígnea huella
que el arador pesar cruzó en mi frente.
Para mis ojos tú siempre eres bella;
yo para ti soy llama siempre ardiente:

Llama que hoy mismo a mi pupila fría
surge desde el recóndito santuario,
pese a la nieve que en mi sien rocía
el invierno precoz del solitario.

Mírame en estos ojos que tu imagen
extáticos copiaron tantas veces.
Allí estás tú, sin lágrimas que te ajen
ni tiempo que interponga sus dobleces.

Búscame sólo allí, que yo entretanto
en los tiernos abismos de tus ojos
torno a encontrar mi disipado encanto,
la juventud que te ofrendé de hinojos.

¡Mi juventud!, espléndida al intenso
reverberar de tu alma ingenua y pura,
con brisas de verano por incienso,
y por palma de triunfo tu hermosura.

¡Mi juventud!, por título divino
espigadora en todo lo creado;
nauta en persecución del vellocino
de cuanto fuese de tu culto agrado.

Islas de luz del cielo, margaritas
de colgantes jardines y hondos mares,
néctar de espirituales sibaritas,
soplos de Dios a humanos luminares:

Las miradas del sabio más profundas
y del tal vez más sabio anacoreta;
las perlas de Arte, hijas de amor fecundas;
la suma voz de todo gran poeta.

Esas trombas de lírica armonía,
infiernos de pasión divinizados,
en que nos arrebatan a porfía
todos los embelesos conjurados:

Auras de aquella cima do confluyen
Hermosura y Verdad, pareja santa,
y las dos una misma constituyen,
y espíritu de amor sus nupcias canta.

Buscar palabra al silencioso drama
de la contemplación, mística guerra
entre Dios, Padre amante que reclama
al eterno extranjero de la tierra;

y esta madre de muerte, inmensa y bella,
Venus que al par nos nutre y nos devora,
y presintiendo que escapamos de ella
con tanto hechizo nos abraza y llora.

Leer amor en tánta ruda espina
que escarnece a la fe y angustia al bueno;
mostrar flores del alma en la ruïna,
luz en la oscuridad, oro en el cieno.

La flor de cuanto existe, oro celeste,
único que halagando tu alma noble
brindara en vago esparcimiento agreste,
a nuestro doble sér regalo doble;

tál era mi tributo. Una confianza,
una sonrisa, una palabra tuya,
retorno abrumador, que en mi balanza
Dios, no un mortal, será quien retribuya.

Pero todo en redor, la limpia esfera,
el bosque, el viento, el pajarillo amable
semejaba, en tu obsequio, que quisiera
pagar por mí la dádiva impagable.

Aún veo sobre el carbón de tus pupilas
el arrebol fascinador de ocaso;
veo la vacada, escucho las esquilas:
va entrando en su redil paso entre paso.

Escucha, recelosa de la sombra,
la blanda codorniz que al nido llama,
y al sentirnos parece que te nombra,
y que por verte se empinó en la rama.

Escúchate a ti misma entre el concento
de aquella fiesta universal de amores,
cuando nos coronaba el firmamento
ciñéndonos de púrpura y de flores.

Esas flores murieron. Pero ¿has muerto
tú, fragancia inmortal del alma mía?
Años y años pasaron, pero ¿es cierto
o es visión que existimos todavía?

Juntos aquí como esa tarde estamos,
y el mismo cielo es ara suntuosa
de aquel amor que entonces nos juramos
y hoy, en los mismos dos, arde y rebosa.

Ahí está el campo, el mirador collado,
el pasmoso horizonte, el sol propicio;
la cúpula y el templo no han variado:
Vuelva el glorificante sacrificio.

¿Y no ha herido tal vez tu fantasía
que aquella tarde insólita, imponente,
fue sólo misteriosa profecía
de este misteriosísimo presente...?

En aquel himno universal, un dejo
percibí melancólico; y al fondo
de una lágrima tuya vi el bosquejo
del duelo que hoy en lo pasado escondo.

Pasó... Pero esa tarde en su misterio
citó para otra tarde nuestra vida,
y héla aquí. El alma recobró su imperio
del sol abrasador a la caída.

¡La tarde!, la hora del perfecto aroma,
la hora de fe, de intimidad perfecta,
cuando Dios sobre el sol que se desploma
el infinito incógnito proyecta.

Cuanto es ya el suelo en fuego y tintes falto
es de ardiente el espíritu y profundo;
y abiertas las esclusas de lo alto
flotamos como en brisas de otro mundo.

Vé cómo el blanco Véspero fulgura,
pasando intacto el arrebol sangriento.
¡Es la amistad!, la roca firme y pura
que sirve a nuestro amor de hondo cimiento.

Nadie dejó de amar si amó de veras,
cuando en árido tronco te encarnices
con la segur, tal vez lo regeneras
si son como las nuestras sus raíces.

Y antes te sonará más dulcemente,
templada en el raudal de los gemidos,
la antigua voz que murmuraba ardiente
la música de mi alma en tus oídos.

¿Han pasado años...? Puede ser. ¿Quién halla
que el tiempo sólo arrumbe o dañe o borre?
¡Cuánta espina embotó! ¡Qué de iras calla!
¡Su olvido a cuántos míseros socorre!

Para los dos el ministerio suyo
fue de ungido de Dios y extremo amigo.
Te veo sagrada, y sacro cuanto es tuyo,
y como de un cristal al casto abrigo.

En torno a ti, y a cuanto es tuyo, encuentro
halo de luz, atmósfera de santo;
como al santuario a visitarte hoy entro,
y algo hay solemne en tu adorable encanto.

¡Dulce es sentir que hay almas, y que aman!
Su amor —inerme el tiempo para ellas—
las vuelve, al Dios que férvidas aclaman,
como Él las hizo: jóvenes y bellas.

Han pasado años, sí... ¡Por fin pasaron!
¡Rudo tropel que atravesó el camino!
Ya, como un nubarrón se disiparon,
y nuestro sol a reclamarnos vino.

¡Y ande el tiempo, y sin fin rondando siga
la fiel aguja que su afán nos muestra!
¿Qué hora marcará que no nos diga:
«aquí os amasteis; yo también soy vuestra»?

En todo grato sueño nos parece
que ya lo hemos soñado: ese es su hechizo.
Mi mejor sueño a ti te pertenece;
en ti el pasado mágico realizo.

Como a la aparición del rey del día,
de entre la nada lóbrega que espanta,
brota un mundo de vida y poesía
en que todo ama y resplandece y canta;

así tú para mí: foco potente,
núcleo de una creación que he poseído,
llegas, y en torno a ti surge esplendente
mi portentoso hogar, y en él resido.

Y el corazón se me abre inmenso, en alas
de música ideal que lo acaricia;
y tanto aroma y fuego en mi alma exhalas
que a un tiempo vivo y muero de delicia:

Y tú y yo, tierra y cielo, mente y acto,
hoy y ayer, la esperanza y la memoria;
todo ya es uno, en inefable rapto,
fruición anticipada de la Gloria.

Y esa es la juventud: el fugitivo
presagio de la eterna, que al conjuro
vuelve de Amor, como en miraje esquivo,
a enseñarnos un bién siempre futuro.

¿Y el sueño cuál será? ¿La no apagada
luz, o esta bruma efímera de invierno?
¡Ah!, lo que pasa no es: es sombra, es nada;
y no hay más que una realidad : lo Eterno.

Atando el hilo roto un largo instante
sigamos, pues, llorada compañera,
hacia atrás, y a la par hacia adelante:
a nuestro gran será que hace años era.

Como Fray Luis saliendo del profundo
«decíamos ayer» también digamos:
Corra el tiempo del mundo para el mundo;
nuestro tiempo, en el alma lo llevamos.

Bogotá, febrero 7: 1889.


[1] Casi tres años, por traducir al vulgar el Cantar de los cantares, ya que las traducciones bíblicas quedaron expresamente prohibidas por el Concilio de Trento.

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