jueves, 8 de marzo de 2012

Profesión de fe.


Si en las antologías aparece el Pombo descreído y desafiante de la Hora de tinieblas, debería oponérsele a dicha explosión juvenil la profesión de fe madura intitulada Indiferencia. Aquí el paso del tiempo o el derrumbe del mundo no son parte a conmover sus creencias. Poesía cargada de bellos conceptos e imágenes. Las estrofas constan de alejandrinos (versos de catorce sílabas), rimados AABBC.

Indiferencia.

Amigo, te equivocas si piensas que los años,
o aquellas niñerías que llaman desengaños,
o del opaco tiempo la degradante prosa,
o el rededor vacío de hogar y amor y esposa
acaso amortiguaron mi espíritu y mi fe.

¿Es por ventura el alma cuestión de calendario?
¿Alguna vez me has visto llorón o atrabiliario?
¿Podrán todos los sabios de lente y escalpelo
quitar su verde al campo, su azul brillante al cielo,
su hechizo a la hermosura, su vista al que la ve?

Cuando los hombres fueran tan rudos como quieres,
y negras las campiñas y horrendas las mujeres,
bastáranme los ojos alzar al firmamento;
o —si él también cayera— volver el pensamiento
al cielo y a los ángeles que van dentro de mí.

A Dios vela y revela un cerco de belleza,
con quien el alma mía por dondequier tropieza,
que ven doquier mis ojos y escuchan mis oídos,
y va perpetuamente pasmando mis sentidos
porque de todas partes me van diciendo ¡aquí!

Dile al sutil mosquito que seque el oceano,
tanto es así ridículo y despreciable y vano
el héroe de un minuto, el soplo de un instante
que con su propio viento atónito, arrogante,
no alcanza a oír al monstruo que no lo alcanza a ver.

Amigo, nada es grande, ni fuerte, ni visible
fuera del orden sumo de la fuerza invencible;
de luz inagotable, de grandeza infinita,
que a todos nos envuelve, y a todos nos invita
a perseguir ansiosos el manantial del Sér.

Y yo que con el polvo jamás me satisfago,
ni con nada que veo, ni con nada que hago,
porque ya tiene límites lo que está visto o hecho,
sé que sólo Dios puede dejarme satisfecho,
e indiferente al mundo, vivo en demanda de Él.

Mas no solo en el templo, como tal cual devoto
lo busco. Todo es templo para el inmenso ignoto
que almas, y mundos, y ecos, y eternidades llena.
Él mismo entre mi espíritu a veces me enajena,
y tiemblo, como al pulso del piélago el batel.

Tuve (¿quién no ha tenido?) mis raptos de impaciencia,
solté (¿quién no ha soltado?) voces de irreverencia,
al ver tras negra noche seguir más negro el día,
y al triste sin consuelo, y al huérfano sin guía,
y al justo en la picota, y en triunfo al criminal.

Luego inferí —del déficit del melodrama eterno—
el saldo indispensable de un cielo y un infierno;
que nuestra vida es átomo de una completa vida;
que de una inmensa cuenta, por una ruin partida
no hay que fallar, y nadie consideró el total.

Y Dios mi drama interno cerró con brazo pío,
sacándome de un lóbrego, terrífico bajío
a una corriente fija, que aunque a la vista humana
se enturbie, porque en ella la culpa hedionda mana,
bien sé que a un mar purísimo condúceme veloz;

a un mar de luz, de vida, de perennal bonanza,
donde por fin se encuentran el don y la esperanza,
copa de amor sin límites, do es todo cada gota;
concierto de armonía sin discordante nota,
do al fin voces innúmeras son una sola voz.

¿Me explico? ¿Ya comprendes mi yerta indiferencia,
mi pereza indostánica, mi clásica indolencia;
esto de haberme dado, al parecer, por muerto,
y andar como sonámbulo como por un desierto
en donde no hay ni flores, ni un polvo que mirar?

¿Ya entiendes cómo un hombre sin lepra ni fortuna
puede, estando en la tierra, declararse en la luna,
y humilde cooperando del bien a la victoria,
no dar un paso al ruido, ni al lucro, ni a la gloria
ni odiar sombras efímeras, ni abyecto idolatrar?

Vi el mundo, y nada suyo me ha formado el cerebro;
ni hube ni tengo tráficos, y así en ninguno quiebro;
desprecio lo pequeño porque vi lo infinito,
y callo, no me asorde mi flautín de mosquito
a la entreoída fiesta de que voy yendo en pos.

No, pues, porque no cante sospeches que estoy mudo,
ni porque todos nieguen has de pensar que dudo,
ni porque el tiempo corra supongas que me altero,
ni viéndome muriendo imagines que muero:
estoy y estuve siempre atrincherado en Dios[1].


Bogotá, junio: 1878.


[1]  Algunas estrofas de esta poesía figuran en el primer tomo con el título Duda. El poeta completó luégo su composición en la forma que aquí tiene.

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