martes, 28 de febrero de 2012

El poeta y las aves.


Uno de los temas capitales en la poesía romántica es el sentimiento de la naturaleza. Aquí nos ofrece Pombo su simpatía por las aves, con quienes llega a identificarse en su oficio de poeta: lo anima cierto ‘espíritu de gremio’. Siempre se ha notado que nuestro gran fabulista fuera tan conocedor del corazón infantil sin haber tenido descendencia. Pues en esta poesía adopta liberalmente a los pajarillos que lleguen a su ventana para consentirlos como a sus propios hijos.

¡Fonda libre!

¡Pasajeros del cielo,
alados trovadores, bienvenidos!
Parad el canto, suspended el vuelo
por un instante sólo, y dad oídos
al bando que os anuncio esta mañana:
¡Fonda libre desde hoy en mi ventana,
fiesta de pajarillos,
ricos manjares y agua a todas horas!
Acudid sin temor de artes traidoras
o apedreadores pillos,
jaulas penitenciarias,
pérfida liga o balas sanguinarias.
Venid uno por uno
o en irrupción de innúmera bandada,
cada cual con su cónyuge y chiquillos,
pues habrá para todos, y a ninguno
ha de costarle nada. Un trino sólo
en pago del selecto desayuno.
Un trino de alborozo
a cada artista exijo,
o dad al anfitrión siquiera el gozo
de ver vuestro inocente regocijo.
Por mi parte os prometo
que mientra estéis en casa, estaré quieto.
pobres bardos del aire. ¡Cuántos días
(como en la tierra firme otros cantores)
al mundo entero sin retorno disteis
o a crueles protectores
vuestras vivificantes melodías!

¿Qué bosque a nuestro paso no cambiasteis
en vivo teatro de asombrosa escena
que al gorjear de rivales primadonas
magnífico resuena
y espárcese en diamantes y coronas?
¿Cuándo no amaneció mayo florido
en són de alegre fiesta
con vuestras deliciosas alboradas,
justas de amores entre nido y nido?

¿Cuándo con esa caprichosa orquesta
tan vibrante y sutil de perlas y oro,
al irse el sol y recogerse el mundo
no hicisteis de la augusta selva umbría
templo sin luces, do invisible coro
ya una voz, ya un suspiro al cielo envía
flotando sobre el órgano profundo?
y, ¡oh humanidad ingrata y sin ternura!,
ella en vuestra orfandad y horrenda muerte
inventó diversión: es gusto, es lujo
veros penando en rígida clausura;
y mientras más gemís, más se divierte.
Ella hizo favorito
blanco a su dardo atroz vuestro plumaje,
único ajuar y galanura vuestra,
que adornará después a otra hermosura
o hará más fiero el rostro del salvaje.

Y, ¡ay!, ese canto mismo
con que os doléis de amor, o atestiguando
vais por el viento aquella dada a todos
delicia de vivir que el hombre olvida,
os trae la muerte, al cazador llamando.
¡Ah!, con razón sobrada
espantados huís nuestra mirada.

Mas yo tengo algo de cantor, me impulsa
espíritu de gremio en vuestro amparo
y cierto acatamiento misterioso.
Como aquél del discípulo al maestro,
pues en verdad declaro
que prefiero a mi canto el canto vuestro,
canto que es puro amor, o pena, o gozo,
directo y verdadero,
libre de estas inútiles palabras,
y más antiguo y natural que Homero.

Con esa orquesta, sí, con esa misma
clásica pastoral, que Dios compuso,
de Eva y Adán las nupcias celebrasteis;
a ese rumor lloraban su perdida
felicidad; con él se consolaban;
y hoy, como entonces, cariñoso arrulla
el mismo epitalamio a los felices,
o tristes novios descendientes suyos,
que algo que lamentar encuentran siempre
aun sin haber como ellos poseído
y perdido un edén... ¡Ay!, no nos queda
más prenda original de aquel tesoro,
no hay más noticia dél perfecta y pura,
que esa que en vuestro idioma de esos días
vosotros nos contáis; y en tan ingenuo
modo lo hacéis, tan tierna y dulcemente,
que al escucharla entre el frescor del alba
creemos de improviso
oír, respirar, gustar el paraíso.
Bastantes años gratis et amore
gocé vuestro convite,
bebí ese néctar que al edén nos lleva
con su fragancia antigua y siempre nueva.
Dejadme que aunque tarde hoy os invite
a honrar este retorno de poeta,
corto en vajilla, nulo en etiqueta.

No tímidos huyáis si en mi aposento
veis el mango asomar de hosca pistola,
pues sólo para el monstruo que os inmola
reservo yo tan bárbaro instrumento;
ni temáis que algún niño... ¡Ah!, bien querría
que pudieseis temer tan dulce cosa
como hallarme de un hijo en compañía,
rico presente de una casta esposa;
pero, !ay!, si los tuviera, tanto, tanto
amáralos tal vez, que fuera dellos,
ni a vosotros a dar alcanzaría
una migaja de mi amor, ni un canto.
¡Venid!, y pues no hay niños, sed mis niños
que alrededor de mí jueguen y enreden;
remedad los gritillos con que ufanos
ellos un día os remeden.
Su inquietud, sus pinicos, su barullo;
y yo también, con labios y con manos,
ensayaré en vosotros los cariños
del paternal inofensivo arrullo.
¡Venid!, no me haréis pobre aunque lo sea
para este mundo aparatero y loco
que sólo saborea
la cascara del fruto bendecido.
Vosotros me enseñáis que con muy poco
uno es feliz, y que del pan perdido
sobra para alguien más y un dulce nido.

Yo, pajarillo cual vosotros, hijo
de aire y de luz, y por perversa estrella
a tinieblas y polvo condenado,
al ensayar mi vuelo el primer día,
vine a caer inerte y desalado
en extranjera jaula triste y fría.

Mas hoy benigna encanta
mi desamor y estúpido aislamiento
como un rayo de sol la amistad santa;
ya miro el bosque, ya respiro el viento,
ya sueño que en sus alas me levanta
y a mi sol y a mi nido me devuelve;
con el suspiro férvido que exhalo
mi esperanza y vosotros llegáis juntos.
Ambos venís del cielo, y de ambos debo
a la amistad el íntimo regalo.
Quiero a mi vez mostrarme con vosotros
hospitalario amigo,
quiero partir mi gratitud con otros,
dejadme ser lo que otros son conmigo.

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