martes, 28 de febrero de 2012

El bambuco, aire nacional.


La musa patriótica, o costumbrista en este caso, de Pombo es, por sí sola, acreedora a la gloria o, por lo menos, a la memoria de sus paisanos. Trátase de los versos al bambuco, “que bueno o malo, es el mío / y el de todos mis paisanos”. Así, humildemente, principian las cuartetas de octosílabos hasta llegar a la escena del baile y culminar con su valor histórico. Son tres escenas en total y, según Orjuela, apareció por primera vez en El Tiempo de 1857, luego con numerosas variantes en La América de 1873. Insertamos aquí la versión definitiva, en su parte segunda. Su forma estrófica es la redondilla, a saber, la combinación de cuatro octosílabos.

II

En un salón de palmares
que vagando descubrí,
su hechicera danza vi
al compás de sus cantares.

Era una noche de aquellas
noches de la patria mía,
que bien pudieran ser día
donde no hay noches como ellas.

El terciopelo mejor,
al del cielo no igualaba;
ni estrella alguna faltaba
a esa gran cita de amor.

Oíanse los bramidos
del Cauca y sus reventones,
como enjambres de leones
celosos o mal dormidos;

y el aura circunvolante
embalsamaba el lugar
de albahaca y de azahar,
y de jazmín embriagante.

Ñapangas[1] que por modelo
las quisiera un escultor,
giraban al resplandor
de las lámparas del cielo.

De indianas y de españolas
las perfecciones lucían,
lindas ¡ay! que parecían
enamorarse ellas solas.

Bajo una gran cabellera
un blanco busto imperial
y una forma amplia y cabal
cuanto elástica y ligera;

rica tez, mórbido pecho,
nada de afeite o falsía,
que el arte no enmendaría
lo que hizo Dios tan bien hecho.

Contra el talle de jazmín
un brazo en jarra elegante,
caído el otro adelante
sofaldaba el faldellín;

y era de verse el candor
de esos rostros de ángel, cuando
iba en los pies retozando
un demonio tentador.

¡Y qué pies! Ni el mameluco
sultán mejores los vio:
el diablo los inventó
para bailar el bambuco.

Se alternaban pulcramente
hincando rápida huella,
y ondulaba toda ella
la fascinante serpiente.

Al compás del tamboril
con la bandola armoniosa
y a la venia respetuosa
del desafiador gentil.

Una por una salía
hacia su galán derecha,
y él, la boca almíbar hecha,
aguardarla parecía;

mas, con sandunga imanada,
ella, escapando del pillo,
como el boa[2] al pajarillo
lo atraía en retirada.

¡La eterna historia de amor!
¡Ley que natura instituye!
La mujer siguiendo al que huye
y huyendo al perseguidor.

Ya evitaban su mitad
ya lo buscaban festivas,
provocadoras y esquivas
como la felicidad.

La una pareja cantando,
la otra vivas respondiendo,
las coplas que iban diciendo
iba el amor enseñando.

Poesía humilde era aquella,
pero, en su espontaneidad,
bella como la verdad
y a veces triste como ella.

Dos voces eran bastantes
para hacerla bien sentida:
amor, cielo de la vida;
celos, infierno de amantes.

Y cual la danza en sus giros,
la música en sus manejos
iba burlando en sus dejos
o acompañando en suspiros.

Yo, sentado sobre un tronco,
contemplaba aquella escena
en esa noche serena
y al mugir del Cauca bronco;

esas cándidas figuras
que ondulaban y reían
y hasta mí en sombra venían
como a acariciarme a oscuras;

y aspiraba esos olores
mezclados a esos sonidos;
y ese aire que los vestidos
les salpicaba de flores;

y todo en mi derredor,
desde el silencioso cielo
hasta la grama del suelo
y el bambuco seductor,

formaba tal armonía,
que todo a un golpe creado,
y uno para otro inventado
por el Señor parecía.

Allí el poder peregrino
del bambuco percibí;
jamás, desde que nací,
me sentí más granadino;

y si un pensamiento malo
me hirió la imaginación,
porque era gran tentación
tanta inocencia y regalo,

mi alma de poeta quiso
holgarse en ver solamente,
y no ir a hacer de serpiente
de aquel nuevo paraíso.

Más bien exclamé gozoso:
«gracias a Dios ya encontré
un pueblo feliz, ya sé
dónde y cómo uno es dichoso.

A otros, con ciencia y riqueza,
tedio cruel royendo está;
a éstos, de balde les da
fiesta real Naturaleza».
De tan delicioso cuadro pasamos, en el último tramo de la obra, a la situación de alarma y revolución, en que
Todos mis conciudadanos
gozaron de su derecho
de ir a atajar con el pecho
las balas de sus hermanos.
Ello para recordar que el bambuco solía ser el descanso del guerrero, al grito de “¡Muchachos, rompa el bambuco!”. La versátil expresión sirvió, además, para celebrar las hazañas y demás incidencias de las jornadas libertadoras.
Principia Pombo su poesía de manera llana y humilde, en el medio se torna emotivo y luego grave y solemne. Al final retoma la nota sencilla y coloquial, para cerrar con esta cuarteta:
Yo, para ser benemérito
desde el solio hasta el conuco,
no ambicionara otro mérito
que haber compuesto el bambuco.


[1] Muchachas del pueblo en Popayán. Palabra de origen quichua, que otros escriben yapanga o llapanga. En cuanto al nombre del bambuco, supónese que vino de África.
[2] «El boa se dice en América y también en España, por más que Huerta, traduciendo á Plinio, haya dicho las boas; pero ¿quién se acuerda hoy de Plinio ni de Huerta?
En el medroso silo, do el boa se soterra (!) (Zorrilla, El canto del fénix.)». [A pesar de lo asentado por Cuervo, el Drae siempre ha dado a boa el género femenino. En Pombo ocurre dos veces, masculino].

1 comentario:

  1. Si hemos de creer a Wikipedia, ñapanga es deformación de llapanga, voz quechua que vale 'descalza', referido a la mujer del pueblo.

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