Con el título de la entrada, reunimos una trilogía fabulesca sobre el saurio americano:
El sermón del caimán.
Largo, ojiverde y más feo
que un podrido tronco viejo,
pero veloz cual trineo,
a pesar del bamboleo
con que anda el animalejo.
Iba un paisano caimán
más hambriento que alma en pena
corriendo tras de un gañán
que sorprendió de holgazán
a orillas del Magdalena.
Casi alcanzábalo ya,
cuando ocurrió al fugitivo
cambiar el rumbo en que va,
pues si nó, no escapará
de un juicio ejecutivo.
Entonce a diestra y siniestra,
en zigzag trotó el patán,
y fue táctica maestra
porque en girar no es muy diestra
la mole de don caimán.
Este, colérico al fin.
gritó al gañán: “¡Hola, amigo!
Eso es cobarde y ruin;
así lucha un malandrín,
mas no un hidalgo enemigo.
Ande usted siempre derecho,
cual lo exige la virtud
y el honor de un franco pecho.
Victoria sin rectitud,
¿a quién dejó satisfecho?”
«Aplaudo, gritó el zagal,
principios tan excelentes;
pero en lid de igual a igual
debes, según tu moral,
arrancarte antes los dientes».
La virtud del monstruo aquel
es la de todo malvado,
provechosa sólo a él
para enlazar su cordel
al cuello del hombre honrado.
Nueva York.
El caimán vencido.
Aquel gañán respondón
que un caimán llamó cobarde,
no echó en olvido el sermón,
y a pagarle la lección
volvió en su busca una tarde.
Trajo un asta bien labrada,
con una porra o cabeza
de agudas puntas armada,
cubiertas de una carnada
que niveló su aspereza.
Encontró al predicador
como aguardando su vuelta,
y a ley de buen contendor,
se le avanzó sin temblor
con recta marcha resuelta.
Como el fierro hacia el imán
parte el monstruo; su bocado
sácale al frente el gañán;
boca enorme abre el caimán,
y muerde, y queda clavado.
El fin del caimán te advierte
que la razón es más fuerte
que la vil fuerza brutal;
y que su éxito final
no hay quien burle o desconcierte.
El caimán y las moscas.
Venid a chupar gratis
del néctar de mi boca
y a tertuliar en ella holgadamente,
grita un caimán a un nubarrón de moscas.
Las moscas acudieron,
pues el yantar de gorra
aunque dé indigestión, nunca lo excusan
los prójimos de la orden chupadora.
Acaso algunas ya hartas
irían de curiosas,
o por no desairar a un personaje
que tan liberalmente se comporta.
Abrió el caimán las fauces,
cual libro de dos hojas,
y ya que estaban cuajaditas, negras,
cerró y ¡adiós!, desparecieron todas.
¡Cuidado con ofertas
de ganancias inmódicas!
Hay mil hombres caimanes que no viven
sino atrapando y engullendo moscas.
muy bonitas las fabulas
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