sábado, 11 de febrero de 2012

Dolencia de amor


Nos deja el joven Pombo, a sus dieciocho años, una bella muestra de los padecimientos del amante incomprendido. Téngase en cuenta que los versos a Guilma son un par de años anteriores a la famosa irrupción pasional de Edda.

Guilma.

En el huerto.

I

¡Qué espléndido estaba el día!
¡Qué amoroso el aire tibio!
¡Qué fresco el tapiz de grama
do, en humoradas de niño,
te extendías y rodabas
chachareando conmigo!
Yo en tanto, inmóvil, absorto,
admirando en cada giro
una nueva perfección
de tu incomparable hechizo,
aunque hablaba y sonreía
murmuraba entre mí mismo:
¡Qué desgraciado soy yo!
¡Qué venturoso es mi amigo!

II

Por lo inocente que eres
y generosa de instinto
como sabes cuánto lo amo
de tu afecto participo.
Pero ¡ay de mí! la amistad
que de tus ojos recibo
en mi corazón penetra
como un tizón encendido;
y así nuestra dulce plática
era para mí un martirio
en que detrás de mis labios
prorrumpía mi alma en gritos:
¡Qué desgraciado soy yo!
¡Qué venturoso es mi amigo!

III

Espléndido estaba el día,
amoroso el aire tibio,
y los dos solos y juntos
al centro de un paraíso;
y tú más bella que Eva,
y yo, más que Adán maldito,
pues tú misma eras el áspid
que en vez de brindarme alivio,
olvido al tenaz recuerdo,
al mortal destierro asilo,
a murmurar me obligabas
evitando tus oídos:
¡Qué desgraciado soy yo!
¡Qué venturoso es mi amigo!

IV


Soplaba el cielo en el huerto
pero el infierno en mi espíritu,
que era yo un Adán a un tiempo
acariciado y proscrito.
¡A, ni el suplicio de Tántalo
igualara ese suplicio
de estar tan cerca y tan lejos
de cuanto adoro y persigo!
En hora fatal mi suerte
nos juntó en aquel recinto,
que ya no hay tregua en mi cáliz,
y a todas horas repito:
¡Qué desgraciado soy yo!
¡Qué venturoso es mi amigo!

V

Es la amistad para todos
numen piadoso y benigno.
Para mí sólo un verdugo
que me escarnece a cariños.
¡Perversa, ingrata amistad
que impones tal sacrificio!
¡Negra mil veces la estrella
que caballero me hizo!
El último miserable
hoy, en mi lugar, contigo,
¿hubiérase conformado
con decir como yo he dicho:
¡Qué desgraciado soy yo!
¡Qué venturoso es mi amigo!

VI

Él para ti será un hombre,
yo para ti seré un niño
y, como a tal, no me juzgas
de tu desconfianza digno.
Tal vez en tu índole de ángel
entra el femenil capricho
de complacerte inspirando
versos y ayes y suspiros.
¡Qué sé yo!... Pero si rompe
la amistad sus crueles grillos
cuenta que otra vez mis labios
no clamarán escondidos:
¡Qué desgraciado soy yo!
¡Qué venturoso es mi amigo!

VII

¡Mas nó, perdón! Ni una sombra
cruce tus ojos divinos
de estas malicias que, ardiendo
de amor y celos, cavilo.
Con tal de que yo te vea,
y te escuchen mis oídos,
y aspire tu aire, y merezca
un rincón en tu cariño;
con tal de que me consientas
en las ausencias de tu ídolo
cebar los ojos y el alma
en la opulencia que envidio,
¡ah!, ¡siga mísero yo,
cuanto feliz nuestro amigo!

1851.

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