Insiste Pombo en el tema del sueño. Esta vez en un soneto en que pone a la mujer como criatura dada a soñar el amor, al hombre mientras tanto a soñar la fama. El poeta, en cambio, vaga acariciando una secreta ilusión que se verificará más allá de la muerte. Hay, nos parece, conciencia de que el bardo no pertenece al mundo.
Es patente cierta resignación, en contraste con su apóstrofe de la Hora de tinieblas, un lustro antes:
La vida es sueño. ¡Callad,
oh Calderón, estáis loco:
hace veinte años que toco
su abrumante realidad!
¡Soñad!
Flores que Dios para su edén reclama,
sombras de dicha que el amor colora,
no el fantasma toquéis que os enamora:
soñad que le adoráis, soñad que os ama.
Soñad, grandes del mundo, vuestra fama,
humo que os ciega y pronto se evapora;
soñad mientras la envidia roedora
vela al falso esplendor de vuestra llama.
Dejad que en tanto el corazón poeta
vague esquivo del mundo y solitario
bajo ese cielo que a soñar convida;
dejad que muera en su ilusión secreta
de otro amor, otra gloria, otro salario
más allá de la tierra y de la vida.
Nueva York, junio 29: 1860.
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