Echando mano de un bello símil con la nobleza de sentimientos del terranova, nos muestra Pombo al amante que, sintiendo surgir la lava de la pasión, se abstiene obedeciendo a la razón y huye.
Llama la atención el título de la poesía: la escueta fecha en que conoció a Socorro Quintero, el gran amor del poeta. Por ahora solo apuntaremos la situación en que se iniciaba dicha relación. Los E.E.U.U. estaban en guerra civil, Pombo sin trabajo desde el año anterior, su padre había muerto días después del asesinato del primo de Rafael, Julio Arboleda. No podía, pues, hallarse en situación más contraria al surgimiento de una pasión.
El 6 de octubre.
Cuando el fiel terranova enfermo siente
que su pecho la atmósfera sofoca,
que le abrasa la luz y es una fuente
de veneno mortífero su boca,
filtro que a él mismo lo consume ardiente
y que a hacer otros mártires provoca,
entonces, como nunca, en él se traza
el generoso instinto de su raza.
No quiere emponzoñar al preferido
ser por quien sangre y existencia diera,
ni forzar esas manos que ha lamido
a asesinar la pestilente fiera.
Reprimiendo un hondísimo gemido
busca y ve a su amo por la vez postrera,
y huye sin un adiós, sin dejar llanto,
a morir lejos de lo que ama tánto.
Así, abstraído en sueños de ventura
cerca de esa mujer idolatrada,
sordo al rugir de la tormenta oscura
que me circunda en mi fatal jornada
ebrio al virgen olor de su hermosura
entreví el paraíso en su mirada
y... alcancé a oír tormenta entre mi seno,
en mi alma, el rayo; en mi palabra, el trueno.
El brillo de sus ojos me abrasaba,
y arder y arderla el corazón quería,
y del volcán la ponzoñosa lava
en mi sedienta boca hervir sentía...
Mas la razón, por un momento esclava,
«¡huye!, me dijo, ¡es tiempo todavía!
¡Huye que hoy sólo es tuyo el sacrificio;
paz para ella, para ti el suplicio!»
Nueva York, octubre 6: 1863.
No debe de ser una casualidad que Byron, autor favorito de Pombo en esa época, haya dedicado un epitafio a su mascota, un perro de la misma raza.
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