martes, 21 de febrero de 2012

Entre la rubia y la morena.



Del Diario de Pombo para el año de 1855 se desprende una activa vida social así entre gente de la colonia granadina como entre norteamericanos. Consta allí que tuvo por lo menos una relación amorosa con una muchacha yanqui, a más de varias amistades. Ello fue que, en el 59, Pombo compone unos versos en que, luego de alabar las bellezas de las latinas, parece rendirse a las gracias de las norteamericanas, según las veía en la pasarela de Broadway.

Las norteamericanas en Broadway.

Una mujer gobernará siempre a su antojo aun al más imperioso hombre de mundo en teniendo ella tres condiciones: mucho talento, mucha belleza y poco amor. Fontenelle.


Los que dejando a España la romántica
o el mundo tropical encantador,
donde la vida es un banquete opíparo
que abre naturaleza a su señor;

los que al pagar un mudo adiós de lágrimas
al monte azul que visteis al nacer,
enviáis en alas de la brisa un último
voto de eterno amor a una mujer;

si de la lengua el balbuciente oráculo
queréis que no lo burle el corazón,
¡ah! cuidad bien que la temblante brújula
no os encamine hacia esta gran nación.

Que no sólo en la frente altiva y clásica
de las leonas que la España cría
Dios puso a la beldad el sello fúlgido
que del varón demanda idolatría.

No sólo un Guayas humedece límpido
un breve par de retozones pies,
de esos que puede la amorosa tórtola
con sola una ala cobijar después.

No sólo en ojos de limeñas árabes
arde a la sombra el meridiano sol,
ojos do al astro de Capac magnífico
hoy rinde humilde culto el español.

Guarda, oh Brasil, tus zalameras náyades
ricas en gracias como en piedras tú,
con aquel infantil hechizo cándido
de una lengua gemela del laúd.

Mima, oh Caracas, tus gacelas ágiles:
¿quién su andar mira y no las ama ya?
Nacidas sobre flores, su pie mínimo
rosas parece que pisando va.

Modela, esculpe, Guatemala artística.
tu Venus tropical, noble y gentil.
Miniatura de Lima ¿do el Praxíteles
que con el oro encenderá el marfil?

Secad las regias cabelleras de ébano,
brisas de Cartagena la inmortal,
sobre esos muros que modernos cíclopes
alzaron con estrépito triunfal.

De tus sirenas la canción romántica
¿quién, quién no extraña, oh Maracaibo, aquí?
¿Quién las galas aéreas de tus sílfides,
oh Cuba, no extrañó lejos de ti?

¿Quién, que del Istmo a la flexible antélope
ciñó al compás del valse inflamador,
no sueña en ese talle esquivo y diáfano,
istmo entre cielo y tierra, istmo de amor?

¿Y olvidaré tus ojinegros ángeles,
culta, caballeresca Bogotá,
con las mejillas de granada y nácare
que el alto cielo de condor les da?

¿O a la caucana, de héroes y de mártires
digna consorte, madre sin igual?
¿O a las del Plata, en toda lid terríficas?
¿O a la quiteña, reina ecuatorial?

¿Y he de olvidar de tus morenas, Méjico,
el seno escultural? ¿Y en dónde estás,
chilena, hurí de corazón volcánico,
la más celosa y la que quiere más?

¿Más? ¡Nó! Que Dios al devolver magnífico
al hombre rey su lamentado edén,
radiante como el cielo de los trópicos
su Eva inmortal le devolvió también;

y ella le habló una lengua que a los ángeles
Dios para hablar con Él les enseñó,
y trajo en dote al nemoroso tálamo
el mejor don del cielo: el corazón.

Pero el hombre es ingrato... El melancólico
filtro que una mirada húmeda y pía
vertió al partir, encontrará su antídoto
que otra mirada infiltrará algún día.

Volvernos locos tras de hacernos pérfidos
vuestra misión, oh americanas, es;
os anexáis el corazón suavísimas
y en su tirano os convertís después.

Los que no me creáis, los que entre lágrimas
eterno amor jurasteis al partir
a la que ondeando el pañuelito cándido
desde la playa os quiso bendecir,

venid, llegad, y bajo el níveo pórtico
del imperial Saint Nicholas Hotel,
donde se alivia el trovador nostálgico
y se llora la ausencia última vez,

ved desfilar el majestuoso ejército
que anida en sus cuarteles Nueva York,
embalsamando la rosada atmósfera
con su virgen aliento embriagador.

¡Alerta!, que él, con disciplina mágica,
antes de combatir os vencerá;
¡sangre española, tú serás la pólvora
que dando acecho al botafuego está!

Por ataviar a esta legión seráfica
todo el mundo, Este a Oeste, Norte a Sur,
viene a verter la copa de sus dádivas,
que puja el oro en arrogante albur.

Blondas que teje para reinas Bélgica
realzando senos de alabastro van,
y nido a cuellos de nevada tórtola
da con sus chales la opulenta Irán.

Ondas de seda de Damasco espléndidas,
que el Musnud no ajaría en el harem,
barren el polvo... haciendo aquella música
que suspiran las aguas del Zemzem.

Fue para estos cabellos que a sus náyades
robó tan ricas perlas Panamá,
y a sus divinas mariposas fúlgidas
sus lechos de esmeraldas Bogotá.

Pero ¿qué son rubíes, perlas, záfiros?
¡Cuántas reinas trocaran su esplendor
por sólo el brillo de estos ojos mágicos
con que alumbra sus tronos el amor!

De estas mejillas por la fresca púrpura
¡cuántas su regia púrpura darían!
¡Y su séquito de odios por el séquito
de almas en penas que en su amor porfían!

¡Ah!, cada hermosa es un amable autócrata:
ley, sus sonrisas; sus palabras, ley,
y una marcha triunfal entre sus súbditos
cada excursión por la imperial Broadway.

Los fieros amos de la gran república
son sus siervos humildes: ¡ya se ve!
¿Quién no lo fuera de tan lindos déspotas?
¿Y quién podrá decir: no lo seré?

Cuando a la luz del tentador crepúsculo,
desde el ido bajel de la ilusión
fugas aéreas de encantada música
vienen a acariciar el corazón,

¡ay del que mira el fascinante ejército
que ante sus ojos desfilando va!
¡Ay del que adormecido en lago plácido
del Niágara al rugir despertará!

Lindas como esos iris, risa falaz del Niágara;
vagas como ellos y caprichosas;
efímeras como ellos,
crueles cual ese abismo de aguas y de cadáveres
que eriza los cabellos...
y así atrayentes, vertiginosas.
Todo es pasión y vida bajo su frente angélica,
como en sus altas cóleras el espantoso río.
¿Su corazón? ¡Miradlo, oíd clamar sus víctimas
en ese abismo oscuro... sordo... insaciable... frío...!

Nueva York, mayo 9: 1859.

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