Por allá en 1855, en La Guirnalda de José Joaquín Ortiz, apareció una poesía que conmovió a los literatos y al público dentro y fuera del país. La copiamos en seguida, con la presentación entusiasmada del sr. Ortiz:
Mi amor.
La siguiente composicion es de una jóven bogotana, que oculta pertinazmente su nombre bajo el velo del anónimo. ¿Qué podríamos nosotros decir en honor suyo? Que la Grecia no oyo un canto ni tan apasionado, ni tan hermoso resonando sobre la lira de la desventurada
Safo.
¡Ojalá que Edda, aprovechándose del mismo anónimo, se dignara enviarnos sus producciones, que serian uno de los mas bellos adornos de La Guirnalda! -El Editor.
Era mi vida el lóbrego vacío,
era mi corazon la estéril nada;
pero me viste tú, dulce amor mio,
i creóme un universo tu mirada!
A ese golpe, mis ojos encontraron
bella la tierra, el ánima divina;
mundos de sentimiento en mí brotaron,
i fué tu sombra el sol que me ilumina.
Si esto es amor, oh jóven, yo te amo!
I si esto es gratitud, yo te bendigo!
Yo mi adorado, mi señor te llamo;
que otras te den el título de amigo!
Te amo; qué gloria! I que al oirme el mundo
me execre i burle déspota i perverso:
te amara aunque me odiaras iracundo;
fuera de ti, qué importa el universo?
I no imploro tu amor; que, siendo tuyo,
tu desprecio i desden bendeciría:
amarte, obedecerte, ese es mi orgullo,
i amando tu desden yo moriría.
Yo te idolatro indigna de tu afecto:
sí, porque no hai mujer digna de ti,
pura imájen de Dios! hombre perfecto!
proscrito arcánjel que cruzó ante mí!
Yo he traslucido incógnito suplicio
en tu faz réjia, en tu imponente voz.
La enerjía hai allí de un sacrificio;
hai allí la tristeza de un adiós...!
Siempre encanté con tu vision mis sueños:
ah! son tan dulces! Siempre estás allí!
Astro de sabrosísimos ensueños,
en que forjo mis cielos para ti!
I allí te ví feliz, allí no pisas
el mundo indigno en que sufriendo estás;
i son dulces, no amargas tus sonrisas,
i nada enturbia el brillo de tu faz.
Oh, si el amor de una mujer valiera
por el santo dolor de un serafin!
Por verte alegre hasta tu amor yo diera,
mi porvenir, mi amor, mi ser en fin!
Qué no hiciera por ti, soñado mio,
cuando es mi luz la huella de tu pié!
Tu capricho esclavice mi albedrío,
palma de mártir bríndeme tu fé!
Profeta que a mi espíritu anunciaste
la relijion feliz del corazon,
i el amor al Dios grande me enseñaste
viendo su sombra en ti, su bendicion:
Gracias, gracias! mancebo poderoso,
de iluminada frente i pecho audaz;
en todo bello, en todo jeneroso;
de ningun mal, de todo bien capaz.
Veo en ti la corona sin segundo
que en las sienes de Adan puso el Criador,
i reconozco al Hombre, al Rei del mundo,
i de hinojos saludo a mi Señor!
Así, cuando en instante incomparado
tu irresistible atmósfera sentí,
ciega, fatal, cual astro desquiciado,
me lancé a ti para abismarme en ti;
para vivir en tu recuerdo estática
i embellecer con él mi soledad;
para gozar con mi pasion fanática
ante la cual gritó la sociedad;
para rëir mirando tu sonrisa;
para llorar mirándote llorar;
para ser tu entusiasta poetisa
i contigo incesante delirar;
para querer cuanto amas o te äma,
i lo que odias o te odie aborrecer;
eterna mariposa da tu llama,
fiel tutelar i sombra de tu ser.
Alma que siempre tu alma reproduzca,
corazon que lo tuyo sienta en mí,
ojo que siempre i por doquier te busca,
labios que ruegan sin cesar por ti.
Cuando me ves, mi ser se diviniza!
Cuando te oigo soi toda inspiracion!
i, oh, si te dignas darme una sonrisa
la dicha me sofoca el corazon!
Cuando respiro el fuego de tu aliento
mi seno necesito comprimir:
mi alma quiere volar a su elemento
i en una aspiracion a tu alma ïr!
Cuando roza tu brazo mi vestido,
cuando siento tu mano... yo no sé...
lívida salto atras cual leon herido,
i tambalea trémulo mi pié.
I si tú no eres tú... si das un paso...
desplomada a tus pies viérasme allí:
la emocion infinita de un abrazo
era mucho, era un rayo para mí!
Dios, tu entero esplendor me abrasaria;
hombre, ante ti es mas débil la mujer,
i nada, bien sacrílega i bien fria
la furia mas intensa del placer .
Mas, dicha o infortunio, cualquier cosa
que me venga de ti, bendita sea!
Tu esclava, tu creacion besa orgullosa
la mano que la inmola o endiosea!
Arrastrada hácia ti ciega me siento,
cual a su abismo el Tequendama vá:
húndame en él, o salte al firmamento,
siempre el golpe mi voz bendecirá!
Si te debo mis lágrimas mañana,
hoi por ti soi feliz; amante soi!
Piedad para tu pobre bogotana!
No sé lo que te dije: loca estoi!
EDDA .
Ello fue que los versos de la bogotana excitaron la sensibilidad de los americanos, como se puede ver por una anécdota varias veces reproducida cuando se habla del señor Pombo. Cuenta Miguel Cané, diplomático argentino, en su libro En viaje, que una compatriota suya que ofrecía tertulias en Nueva York tuvo el siguiente diálogo con el poeta:
“Una noche se encaró con Pombo y le preguntó quién era esa poetisa desconocida, esa famosa Edda la Bogotana, cuyos versos, impregnados de una pasión profunda y absorbente, le recordaban los inimitables acentos de Saffo, llamando con el ímpetu del alma y el estremecimiento de la carne al hombre de sus sueños y de sus deseos.
Era mi vida el lóbrego vacío,
era mi corazón la estéril nada...
Pero me viste tú, dulce bien mío,
y creome un universo tu mirada...
era mi corazón la estéril nada...
Pero me viste tú, dulce bien mío,
y creome un universo tu mirada...
—¿Encuentra usted esos versos dignos de atención, señora?—dijo Pombo.
—¿Esos versos, en que vibra un alma apasionada, esos versos tan de mujer, envueltos en la adoración, en el misticismo misterioso de Santa Teresa?... ¡He ahí los hombres! ¿Cuál de ustedes sería capaz de escribirlos?...
—Pues Edda está actualmente en Nueva York, y si usted quiere conocerla...
—¿Que si quiero conocerla?—dijo nuestra compatriota con su ímpetu característico.—Ahora mismo me dice usted dónde vive, cómo se llama, y mañana sin falta la visito. ¡Me la voy a comer a besos!
—Pues empiece usted, señora... Edda... ¡soy yo!
Si Byron cruzara hoy las calles con el traje estrecho de brin, polainas y anteojos verdes, con que nos lo pinta Lady Blessingthon, que lo vio en Venecia, no sería mayor nuestro desencanto que el de nuestra compatriota, que no tuvo más recurso que dar un adiós a Edda, desvanecida... en la forma de una palmada en la mejilla de Pombo...”
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