era mi corazón la estéril nada...
Pero me viste tú, dulce bien mío,
y creome un universo tu mirada...
Presentamos, en esta oportunidad, el poema Noche de diciembre, el cual los críticos usualmente incluyen en las antologías del poeta bogotano.
Noche de diciembre.
Noche como ésta, y contemplada a solas, no la puede sufrir mi corazón: Da un dolor de hermosura irresistible, un miedo profundísimo de Dios. Ven a partir conmigo lo que siento, ésto que abrumador desborda en mí; ven a hacerme finito lo infinito y a encarnar el angélico festín. ¡Mira ese cielo!... Es demasiado cielo para el ojo de insecto de un mortal; refléjame en tus ojos un fragmento que yo alcance a medir y a sondear. Un cielo que responda a mi delirio sin hacerme sentir mi pequeñez; un cielo mío, que me esté mirando y que tan solo a mí mirando esté. Esas estrellas, ¡ay!, brillan tan lejos; con tus pupilas tráemelas aquí, donde yo pueda en mi avidez tocarlas y apurar su seráfico elixir. Hay un silencio en esta inmensa noche que no es silencio: es místico disfraz de un concierto inmortal. Por escucharlo mudo como la muerte el orbe está. Déjame oírlo, enamorada mía, al través de tu ardiente corazón: solo el amor transporta a nuestro mundo las notas de la música de Dios. Él es la clave de la ciencia eterna, la invisible cadena creatriz que une al hombre con Dios y con sus obras, y Adán a Cristo y el principio al fin. | De aquel hervor de luz está manando el rocío del alma. Ebrio de amor y de delicia tiembla el firmamento, inunda el Creador la creación. ¡Sí, el Creador!, cuya grandeza misma es la que nos impide verlo aquí, pero que, como atmósfera de gracia, se hace entretanto por doquier sentir... Déjame unir mis labios a tus labios, une a tu corazón mi corazón, doblemos nuestro ser para que alcance a recoger la bendición de Dios. Todo, la gota como el orbe, cabe en su grandeza y su bondad. Tal vez pensó en nosotros cuando abrió esta noche, como a las turbas su palacio un rey. ¡Danza gloriosa de almas y de estrellas! ¡Banquete de inmortales!, y pues ya, por su largueza en él nos encontramos, de amor y vida en el cenit fugaz. Ven a partir conmigo lo que siento, ésto que abrumador desborda en mí; ven a hacerme finito lo infinito y a encarnar el angélico festín. ¿Qué perdió Adán perdiendo el paraíso, si ese azul firmamento le quedó y una mujer, compendio de natura, donde saborear la obra de Dios? ¡Tú y Dios me disputáis en este instante! Fúndanse nuestras almas y en audaz rapto de adoración volemos juntas de nuestro amor al santo manantial. | Te abrazaré como la tierra al cielo en consorcio sagrado; oirás de mí lo que oídos mortales nunca oyeron, lo que habla el serafín al serafín; y entonces esta angustia de hermosura, este miedo de Dios que al hombre da el sentirlo tan cerca, tendrá un nombre eterno entre los dos: ¡felicidad! ........................................................... La luna apareció: sol de las almas si astro de los sentidos es el sol. Nunca desde una cúpula más bella ni templo más magnífico alumbró. ¡Rito imponente! Ahuyéntase el pecado y hasta su sombra. El rayo de esta luz te transfigura en ángel. Nuestra dicha toca al fin su solemne plenitud. A consagrar nuestras eternas nupcias esta noche llegó... ¡siento soplar brisa de gloria, estamos en el puerto! Esa luna feliz viene de allá. Cándida vela que redonda se alza sobre el piélago azul de la ilusión, ¡mírala, está llamándonos! !Volemos a embarcarnos en ella para Dios! Bogotá, diciembre de 1874. |